lunes, 7 de diciembre de 2009


Ética

Hendí el bisturí
en la piel joven.
Antes de ir, no intente ofrecerme
puntadas con hilos de acero oxidado.
No intente ofrecer
paños humedecidos en alquitrán.
Recéteme una última
bocanada de aire.
Una última gota
de saliva antiséptica.
Una última observación en detalle.
No le pido que firme la receta,
no hace falta que las pruebas incriminatorias
queden registradas.

Sí, yo tomé el bisturí
por elección propia;
pero todavía algo latente
queda en mí.
Y ahora, doctor, simule
que la eutanasia es
una operación que falló intencionalmente.
No me suministre más los antibióticos;
hace tiempo dejé de recibir la morfina.

Sólo le pido un último electroshock,
una última respiración boca a boca
antes del fin.


-De acuerdo. Este es el trato: yo hago lo que usted pide, pero yo no debo quedar involucrado en absolutamente nada.

-Despreocúpese que todos los cargos caerán sobre mí.

-Bueno, procederemos rápido, ágil e higiénicamente.

-No olvide lo que le solicité antes del último paso.

-Por supuesto, eso ya quedó implícito desde un principio.

-Muchas gracias, doc.- dijo, con un hilo de voz.

-No es nada. En un rato comenzamos.

El celular comenzó a vibrar. Él fue a atender y, luego de unos minutos, regresó y dijo, nervioso:

-Era mi mujer. Ella suele revolver dentro mío eso de las cuestiones de la ética en la medicina.

-No, no la escuche. Haga lo que le pido -lo tomó de la mano-. Por favor.

-Desde luego. Ya vuelvo.


Nunca regresó. Ella quedó postrada en la blancura de esa camilla de hospital pidiendo, entre delirios, lo que él había prometido.
Pero la supuesta "ética" había ganado la partida.

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