miércoles, 23 de diciembre de 2009

Resta

El boceto, aún siendo un mero bosquejo,
fue trazado con dedicación.
Pero el trabajo resultante
era, aún, realmente impredecible.
Cuando se valió de la paleta
y los colores comenzaron a dar vida
a esa mera diagramación,
las líneas devinieron formas concretas,
cada vez más precisas,
progresivamente interesantes.
La escena figurada terminó siendo
inesperadamente fiel al original diseño.
Pero para llegar a la armonía suprema
aún restaba algo por hacer:
un toque indescriptible,
una fusión de tonos incompatibles,
la exclusión de algún elemento discordante.
Aún debía realizar una última operación
que no lograba definir
antes de que tuviera el valor de fechar y firmar
en el margen inferior derecho.
Antes de enmarcar y, satisfecha,
colgar la pieza para deleite de ambos.

domingo, 13 de diciembre de 2009



Esto lo escribí cuando tenía 17 años. Un año más tarde le puse música.

Delta

D7
Frías ráfagas de viento en el cuello
Bm7.....................G7
constantes temblores subcutáneos
desembocan en ardiente lava en el sexo
y maremotos compartidos en los labios.

Enredada entre las ramas
-que me aferran y me sueltan-
de la libertad condicionada,
soy depredador y soy, a la vez, presa.

Deseo bifurcado,
como río en el delta;
balanceos desenfrenados,
soy velero en la tormenta.

Como fiera actúo por instinto
e intento cazar lo que está a mi alcance;
así me alimento con lo conseguido
pero quiero capturar al que podría matarme.

Creación de la naturaleza,
soy de materia, soy insaciable.
Soy energía, por ahora, ilesa,
soy, sobre todo, un interrogante.

Soy debilidad y soy fortaleza;
pensamientos como el aire, volátiles.
Soy libertad y, a la vez, ausencia,
pero soy cautiva de un ser abominable.

jueves, 10 de diciembre de 2009

lunes, 7 de diciembre de 2009


Ética

Hendí el bisturí
en la piel joven.
Antes de ir, no intente ofrecerme
puntadas con hilos de acero oxidado.
No intente ofrecer
paños humedecidos en alquitrán.
Recéteme una última
bocanada de aire.
Una última gota
de saliva antiséptica.
Una última observación en detalle.
No le pido que firme la receta,
no hace falta que las pruebas incriminatorias
queden registradas.

Sí, yo tomé el bisturí
por elección propia;
pero todavía algo latente
queda en mí.
Y ahora, doctor, simule
que la eutanasia es
una operación que falló intencionalmente.
No me suministre más los antibióticos;
hace tiempo dejé de recibir la morfina.

Sólo le pido un último electroshock,
una última respiración boca a boca
antes del fin.


-De acuerdo. Este es el trato: yo hago lo que usted pide, pero yo no debo quedar involucrado en absolutamente nada.

-Despreocúpese que todos los cargos caerán sobre mí.

-Bueno, procederemos rápido, ágil e higiénicamente.

-No olvide lo que le solicité antes del último paso.

-Por supuesto, eso ya quedó implícito desde un principio.

-Muchas gracias, doc.- dijo, con un hilo de voz.

-No es nada. En un rato comenzamos.

El celular comenzó a vibrar. Él fue a atender y, luego de unos minutos, regresó y dijo, nervioso:

-Era mi mujer. Ella suele revolver dentro mío eso de las cuestiones de la ética en la medicina.

-No, no la escuche. Haga lo que le pido -lo tomó de la mano-. Por favor.

-Desde luego. Ya vuelvo.


Nunca regresó. Ella quedó postrada en la blancura de esa camilla de hospital pidiendo, entre delirios, lo que él había prometido.
Pero la supuesta "ética" había ganado la partida.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Fragmento de la mujer excéntrica


Él la quería olvidar, hasta que casi lo logró. Sin embargo, ella tenía un maloliente efecto residual en su memoria que hubiera querido desechar en algún basural remoto de su cerebro. Pero la podredumbre estaba impregnada por dentro. Era imposible de erradicar.

-¿Tenés ganas de algo nuevo?-le repetía cada vez que se veían en esos encuentros esporádicos que funcionaban como los ostentosos banquetes en las fiestas: la comida es exquisita pero, cuando los invitados se van, tarde o temprano las sobras se pudren.

- ¿Qué tenés en mente hoy?-él le decía ansioso por probar los exóticos manjares. -A mí se me ocurrió el otro día que podíamos...

-Shhh. Dejame a mí-.

Era incapaz de dejarlo crear. Ella era tan efusiva, tan exuberante, tan ansiosa por experimentar, escapar de las convenciones, que despreciaba todo lo que los demás pudieran aportar. Y él, resignado, disponía su cuerpo, cerraba sus labios y la dejaba proceder. Ella sonreía levemente, luego dejaba escapar una risa perversa, gutural y lo miraba de cerca, muy de cerca: hasta que las narices se rozaran y ella pudiera respirar el aire que él exhalaba y viceversa. A ella le gustaba denominar eso "retroalimentación pre-carnal".

La excéntrica se dirigía al armario y él, como siempre, observaba el dorso de su cuerpo balancearse seductoramente. Ella lo sabía, pero fingía no hacerlo. Él sabía que ella sabía, como tantas otras cosas que él sabía pero prefería fingir que no. Todo se trataba de hacer durar esos fragmentos que parecían extraídos de la vida de otro, que no se condecían con la propia. Y eso era lo excitante.

Ese día ella regresó a la cama con un paquete de chocolate suizo. Y le dijo:

-En ningún otro lado vas a probar algo así.

¿Hablaba del chocolate o de lo que vendría con él?, él se preguntó.

-Vamos a experimentar lo que a mí me gusta llamar "retroalimentación de fluidos".
Se desvistió sola -sí, sola- y le ordenó que él también lo hiciera. Se le abalanzó encima y le dijo, imperativa, al oído:

-Lo voy a colocar entre nuestras bocas. A medida que pase el tiempo vos tenés que resistir: no podés morderlo, el chocolate se va a ir deshaciendo con el calor de nuestras lenguas. Si te apresurás no serán fluidos lo que compartamos. Si te apurás no tiene sentido, no se disfruta. Lo mismo con el sexo.´
Él la miró sorprendido, completamente fascinado por su sabiduría, por su excentricidad. La adoraba porque, paradójicamente, no era suya, porque no era de nadie. Ella sólo pertenecía a esas fotografías instantáneas que, de vez en cuando, capturaba su retina y después lo atormentaban porque él sabía que lo mismo hacían las retinas de tantos otros: no eran únicas, sino meros duplicados. Lo que para él eran momentos excepcionales, para ella eran ensayos de laboratorio. Y él era uno de los tantos cobayos.
Cualquier otra mujer en ese instante hubiera abierto el convencional paquete de profilácticos. Ella abría el del irresistible chocolate suizo.

viernes, 14 de agosto de 2009


Exposición de Dalí en el Abasto
¿Los ojos del surrealismo?
"Cuando pinto, me pongo azúcar de dátil en el bigote y en la comisura de los labios y espero el momento de satisfacción en que alguna mosca se acerca lo suficiente para poder meterla en mi boca y luego soltarla". Anécdota extraña, pero al conocer su procedencia quizás no tanto: es harto sabido que el artista español Salvador Dalí, uno de los máximos exponentes de la corriente surrealista, no sólo fue un creador de pinturas, esculturas y grabados, sino que fue, a su vez, artífice de Dalí, el rentable personaje público. Y este aspecto, que es explotado en la actualidad en exposiciones comerciales como la que tuvo lugar durante la segunda quincena de junio en el Abasto Shopping de Buenos Aires, "Los Ojos del Surrealismo", no es bien acogido por los sectores más elitistas de las artes plásticas.
"El nombre de la muestra se debe al hecho de que Dalí no sólo concebía su obra de manera surrealista sino que él mismo vivía de esa manera, por eso decía que él era el surrealismo. Él creía que el arte estaba en todo y que todo puede tener una forma de arte", relataba Ana La Regina, anfitriona de las visitas guiadas, todas las tardes al iniciar el recorrido, en el que envases de perfumes, joyas o posters diseñados por el artista catalán resaltaban su faceta lucrativa.
Por su parte, Hugo Petruschansky, doctor en Historia de las Artes, discrepa con esa manera de encarar la muestra: "Dalí no era el surrealismo, como él decía, simplemente fue una postura que adoptó luego de ser echado del movimiento por André Breton. No me sorprende que sea mucho más exhibido en exposiciones comerciales que en museos como el de Bellas Artes o el de Arte Decorativo".
Y no sólo la muestra intentaba resaltar el costado comercial del autor de aquellos famosos relojes blandos, sino que se permitió algunos excesos. La exposición cobraba 35 pesos la entrada y, sin advertir a su público, cometía una grave falta: "Muchas de las obras allí exhibidas eran falsificaciones", afirma la Secretaria General de la Asociación Argentina de Galerías de Arte (AAGA), María Teresa Borthwick.
Si la mirada de Salvador Dalí hacia su vida era o no surrealista, eso es lo de menos. Lo primordial es que el público de este tipo de exposiciones abra bien sus ojos, sean o no surrealistas.

Autorretrato-Vincent Van Gogh

miércoles, 15 de julio de 2009