lunes, 2 de agosto de 2010

Pecera II

Y pensar que pensaba que el salto era imposible de pegar. Y pensar que pensaba que los vidrios de esa pecera eran blindados, que nunca me atrevería a franquearlos. Y sin embargo, cuán adaptable fui a ese nuevo hábitat. A esas aguas tan remotas, cálidas y dulces. Y me encontré ahí, con ese ser homónimo. Me invitó al sitio desde el cual me miraba todas las noches a través de su pecera. El sitio que yo miraba todas las noches desde la mía.
Y fue por esos días que olvidamos nuestros orígenes, nuestras escamas se confundieron y mis tráqueas respiraron del mismo oxígeno que las suyas. Y fue por esos días que vivimos como si nuestro hábitat natural fuera ese lecho tibio de piedras blancas.
Ahora que regresé a mi habitual pecera, hallé esas aguas turbias, diferentes. Algo me perturba, quizás el hecho de volver a desear esas aguas, a añorar, a mirar a lo lejos a través del cristal nuevamente. Nuevamente blindado. Nuevamente infranqueable. Quizás este encierro -sofocante, a presión, profundo- sea efímero. Quizás no. Por ahora, vuelvo a encontrarme en mis aguas saladas y congeladas. Vuelvo a recostarme sola en mi lecho de piedras húmedas e inertes.
Qué suerte que, inmersa en el agua, no se vean las lágrimas.

3 comentarios:

  1. Mi pecera es un poco menos cálida, si te sirve de consuelo,pero está blindada, tanto que añora olvidar

    ResponderEliminar
  2. Gracias, quizás sea un consuelo. Pero ambas siguen estando frías y blindadas. Por ahora.

    ResponderEliminar
  3. Hay que hacer algo para remediarlo, esto np puede estar sucediendo ;) un besote

    ResponderEliminar