miércoles, 23 de junio de 2010

Toquemos

Me desvivo por los dos. Tanto por ella como por él. El olor corporal que desprenden, la temperatura de sus cálidos cuerpos. Me encanta llegar a la habitación y que se presten al juego de a tres. No me dicen nada. Ellos continúan interactuando entre sí y, de vez en cuando, en ese ambiente envolvente, me inmiscuyo entre sus caricias, me apoyo sobre sus cuerpos sudados.
Ellos se dicen palabras incomprensibles al oído, gimen, se lamen todas las partes. A mí me excita, sobre todo, besar sus muslos. Carnosos, tibios, en movimiento. Me detengo a pensar en esa sangre que hierve por dentro, que bombea hacia sus sexos, que comparten conmigo.
El verano y la humedad es mi clima predilecto para desempeñarme en este tipo de encuentros. En el invierno prefiero no salir, sufro mucho el frío. Y, además, ellos se tapan con muchas frazadas y todo es más acartonado, mucho menos libre.
Ella, sin vellos en las piernas, me gusta un poco más que él. Me gusta posarme sobre su piel lisa, recorrerla, dejar mi marca sobre ella. Y ella se deja.
Él es más difícil, se concentra mucho en ella, en satisfacerla. Se mueve en demasía. Me cuesta más con él. Pero los desafíos tienen lo suyo.
La habitación es amplia. A veces, me gusta tan sólo observar. Apoyarme sobre alguna pared y mirar. Planear nuevas estrategias para llegar hacia ellos de manera original. Y a ellos les encanta ser observados, son bastante exhibicionistas.
Pero odio cuando se cansan de mi presencia, se echan encima ese perfume horrendo, fuertísimo, y él se levanta a buscar un espiral.

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